Y la vida se hizo.

Israel Centeno

A los tres años, me vi haciendo correr con la mano un carrito de hierro por la pared del mínimo patio interior de la que fuera nuestra casa. La casa de mis abuelos y mis tíos. Me di cuenta de que era una entidad, yo, quien vivía en primera persona, mientras Edgar y Hugo correteaban por la casa, peleandose como lo hacen los hermanos, con las primeras sañas y deseo de hacer rendir al otro ¿Cómo podía eso  suceder en  la misma realidad de un patio interior tan  pequeño? Es un riduculo misterio

Paseaba el carrito de un lado a otro por la pared, haciendo bulla con la boca. Me movía con torpeza, pero rápido, y estaba alguien allí; no sé si era mi abuela o mi madre.

También recuerdo, con sentido de propiedad, otro día, en otro lugar; era un apartamento, el apartamento donde se había mudado mi mamá con mi papá, que estaba sentado en la bañera y gritaba: «¡Mama Oma, mama Oma, ven!». Recuerdo haberme pasado al cuarto de mis padres, recien nacida mi hermana, en pijama, muy temprano por la mañana. Lo recuerdo con mucha luz, pero no logro ver los rostros ni los cuerpos de mis primeros amores diferenciados. Sé que estamos y que yo apenas era un niño de no más de cuatro años… o menos. Hace tanto que sé que soy yo, quién soy yo, y temo algún día dejar de ser, que se apague la luz que aquel día llegó a mi conciencia con mi nombre, con la cara feliz de mi tía Irma extendiendo su brazo hacia mí para regalaeme un barquito de papel, y Marta jugando en la mecedora de mimbre, y Hugo haciéndome incubar pollos en una media rellena de trapos (que debía calzar hasta que supuestamente se rompiera el cascarón) 

Aquel pequeño hogar era un laberinto de maravillas, lleno de secretos, con habitantes que vivían debajo de los mosaicos.

En los entrepisos.

A la hora de la siesta veía ángeles volar por los techos, como si estos fueran tan altos como el cielo.

Eran rollizos y más pequeños que yo.

Me sonreían antes de quedarme dormido.

 Y, en realidad, era una pobre casa desordenada por la que pasaba mucha gente, con aglomeraciones y conflictos, para mí entonces inmensa y luminosa.  La vida llega de forma mágica, como un milagro, y uno la recibe en completo estado de inocencia, y uno la toma con un generoso apetito por vivirla. Así, más o menos, fue el comienzo, en la casa número 37 del pasaje 2 en San Agustin. 


Discover more from Israel Centeno Author

Subscribe to get the latest posts sent to your email.

Leave a comment