Versión para la generación Z:

Vivimos en una época en la que constantemente se nos dice: “Cree en ti mismo”, “Tú eres suficiente”, “Sé tu mejor versión”. Y aunque hay algo positivo en reconocer nuestro valor, también es fácil caer en la trampa de pensar que todo depende de nosotros, que somos el centro de todo. Pero Jesús nos enseña algo diferente: la verdadera grandeza no está en exaltarnos, sino en ser humildes y reconocer que todo lo bueno que tenemos viene de Dios.

Piensa en esto: ¿cuántas veces te has comparado con los demás? Quizás te has sentido menos porque alguien parece tener más éxito, más talento o más seguidores. O tal vez te has sentido superior porque crees que eres mejor en algo. Pero estas comparaciones solo nos llenan de orgullo o de inseguridad, y ninguna de las dos nos acerca a Dios.

La humildad no significa pensar que no valemos nada. Significa reconocer que nuestro valor viene de Dios, que somos amados por Él no por lo que hacemos, sino por lo que somos: Sus hijos. Significa aceptar nuestras limitaciones y confiar en Su gracia para superar nuestras debilidades. Como dice el Evangelio: “El que se humilla será enaltecido” (Lucas 14,11).

Además, la humildad nos libera. Cuando dejamos de preocuparnos por cómo nos ven los demás, podemos enfocarnos en lo que realmente importa: amar a Dios y a los demás. No se trata de ser el más grande, sino de servir con amor, como lo hizo Jesús cuando lavó los pies de sus discípulos (Juan 13,14-15).

Reflexión práctica:

Hoy, haz un examen de conciencia: ¿Hay áreas en tu vida donde estás luchando con el orgullo o la comparación? Pídele a Dios que te ayude a ser humilde. Haz un acto de humildad: ayuda a alguien en secreto, sin esperar reconocimiento. Recuerda que Dios ve todo, incluso lo que los demás no ven. Reza esta breve oración: "Señor Jesús, enséñame a ser humilde como Tú. Ayúdame a reconocer mis limitaciones y a confiar en Tu amor y en Tu gracia."

Continuará…

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Chapter 2: Having a Humble Opinion of Oneself

Adapted for Generation Z:

We live in a time where we’re constantly told: “Believe in yourself,” “You are enough,” “Be your best self.” And while there’s something good about recognizing our worth, it’s also easy to fall into the trap of thinking that everything depends on us, that we are the center of everything. But Jesus teaches us something different: true greatness isn’t about exalting ourselves but about being humble and recognizing that every good thing we have comes from God.

Think about this: how many times have you compared yourself to others? Maybe you’ve felt less than someone else because they seem more successful, more talented, or have more followers. Or maybe you’ve felt superior because you think you’re better at something. But these comparisons only fill us with pride or insecurity, and neither brings us closer to God.

Humility doesn’t mean thinking we’re worthless. It means recognizing that our worth comes from God, that we are loved by Him not because of what we do, but because of who we are: His children. It means accepting our limitations and trusting in His grace to overcome our weaknesses. As the Gospel says: “Whoever humbles himself will be exalted” (Luke 14:11).

Humility also sets us free. When we stop worrying about how others see us, we can focus on what truly matters: loving God and loving others. It’s not about being the greatest but about serving with love, just as Jesus did when He washed His disciples’ feet (John 13:14-15).

Practical Reflection:

Today, take a moment for an examination of conscience: Are there areas in your life where you struggle with pride or comparison? Ask God to help you grow in humility. Perform an act of humility: help someone in secret, without expecting recognition. Remember that God sees everything, even what others don’t. Pray this short prayer: “Lord Jesus, teach me to be humble like You. Help me to recognize my limitations and to trust in Your love and grace.”

To be continued…

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