Los escapistas de Fedosy Santaella: El arte de largarse sin que te confundan con el hampa.

Porque el crimen no paga.

Israel Centeno

Mira, loco, si hay algo que todos hemos aprendido en estos tiempos, es cómo salir corriendo con estilo. Porque Venezuela entera es un gran Tocorón, un sitio del que todos intentan rajar, aunque sea hacia adentro, para no quedarse atrapados en una realidad dura y sin esperanza. Y claro, si te lanzas la escapada por la vía rápida, te arriesgas a que te confundan con el Tren de Aragua, esa maquinaria del crimen que se ha convertido en el producto de exportación más eficiente del chavismo-madurismo. Por eso, en este juego de fugas, la creatividad es clave: no basta con largarse, hay que hacerlo marcando distancia, como en la escuela, cuando tocaba pararse bien derechito y alinear los zapatos, dejando claro que uno no está mezclado con el desastre.

Así que hay que saber escapar sin que se note mucho, sin hacer ruido, sin que te jodan en la frontera, sin quedar atrapado en un exilio mental peor que el físico. Y Fedosy Santaella sabe de eso. No porque sea un prófugo, sino porque tiene el don de contar la fuga como lo que es: un arte.

Oscar Todtman Editores 2025


Su último libro, Los escapistas (Oscar Todtmann Editores, 2025), es una clase magistral de cómo largarse, ya sea en cuerpo o en espíritu. No importa si es cambiando de país, de identidad, de pasado, de mente. Aquí los personajes no solo se van: se evaporan, se convierten en otra cosa, se desdoblan, se reinventan. Y lo hacen con esa mezcla de humor, ironía y desgarro que Santaella maneja con maestría.

Si has leído a Santaella antes, sabes que el hombre escribe con la misma soltura con la que un mesonero en Valencia te sirve una ración de tostones con queso rallado. Natural, rápido, sin poses. Pero detrás de esa aparente facilidad, hay precisión quirúrgica.

Desde Los escafandristas hasta esta joya, el tipo viene explorando cómo los personajes cambian al salirse del mapa. En aquella novela, el protagonista se sumergía en el mar y salía convertido en otro. Aquí, cada cuento es una de esas huidas que todos nos hemos planteado alguna vez:

  • ¿Qué pasaría si mando todo al carajo y me desaparezco?
  • ¿Si borro mi pasado y empiezo de nuevo?
  • ¿Si huyo tan lejos que ni yo mismo me reconozca?

Y así, Los escapistas es una radiografía de la fuga en todas sus formas.

Cuentos que son como mapas de salida

Aquí Santaella se tira quince relatos de pura cátedra escapista, con historias donde el escape es físico, pero también mental, emocional, hasta espiritual. Y lo mejor es que cada cuento tiene su propio método de evasión:

  • “Pájaro de mar por tierra”: El que busca fortuna, pero encuentra otra cosa. Un cuento de esos que te hacen pensar en los panas que siempre andan detrás del golpe de suerte.
  • “Las centollas de Ushuaia”: Miedo, venganza y un regreso que nunca es lo que esperabas.
  • “Algo de Coltrane”: Un saxofonista, una amistad, un misterio, y la música como forma de fuga.
  • “Cicatriz” / “Derrumbe”: Cuando la paranoia se convierte en tu cárcel. La obsesión con una grieta en la pared que es también una grieta en el alma.
  • “Taxidermia”: Un tipo que se convierte en parte de su apartamento. Un cuento de locura fina.
  • “Equinoccial”: Un aventurero que se mete en la Cueva del Guácharo porque cree que tiene el destino marcado. Y lo tenía, pero no como él pensaba.

Cada historia es una salida de emergencia distinta.

El que vive en Venezuela también tiene que escaparse

Y aquí es donde la cosa se pone seria. Porque Los escapistas no es solo un libro sobre gente que huye: es un libro sobre la necesidad de largarse, aunque sea mentalmente, de una realidad que te traga vivo.

Hoy en día, el que sigue en Venezuela no es que no se ha ido, es que ha tenido que inventarse su propia manera de evadirse para no volverse loco. Porque estar allá es como vivir en un reality show de supervivencia donde el premio es no terminar jodido.

Santaella, que ya tiene sus años en México, lo sabe. Pero no escribe con nostalgia barata ni con el resentimiento de los expatriados que se la pasan llorando por el queso amarillo de Automercados Plaza’s. El tipo escribe desde el desarraigo, desde la certeza de que la diáspora no es solo externa, sino interna. Porque en Venezuela también hay gente que sigue ahí, pero que se ha ido de otras formas.

Los personajes de Los escapistas no son solo migrantes, son prófugos de la realidad, se refugian en la música, en las grietas de una pared, en un saxofón, en un amor perdido. Se escapan como pueden, como todos lo hemos hecho en algún momento.

Entonces, ¿vale la pena fugarse?

Mira, si eres de los que disfrutan historias bien contadas, con chispa, con humor y con fondo, este libro es un tiro al piso. No es de esos textos pesados que te hacen sentir que tienes que desdoblar la existencia y ponerte a recitar sonetos o plantar arbolitos ornamentados por los médanos de Coro, pero tampoco es literatura ligera. Santaella escribe con inteligencia, con calle, con oficio.

Los escapistas no es solo un libro sobre la huida, sino sobre el arte de perderse y encontrarse. Y si escapar es parte de nuestra identidad, entonces esto es lectura obligatoria.

Así que si me preguntas si lo recomiendo, la respuesta es simple: léelo, chamo, que este asunto está en otro nivel.

Y es tierno.


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