ÚLTIMOS BANDAZOS II
CRÓNICA DE LA TRILOGÍA AÉREA: EL AJEDREZ INSURRECTO EN LOS CIELOS VENEZOLANOS (DICIEMBRE DE 1981)
Por Israel Centeno

La pista de Maiquetía ardía bajo el sol del Caribe el 7 de diciembre de 1981, cuando tres vuelos comerciales de Avensa y Aeropostal carreteaban con aparente normalidad. A bordo, 248 pasajeros no imaginaban que, entre ellos, viajaban hombres camuflados como músicos, con estuches de instrumentos cargando pistolas, subametralladoras y granadas. A las 10:00 a.m., Bandera Roja, fracción marxista de la insurgencia armada, ejecutó el primer secuestro aéreo coordinado de América Latina.
ACTO I: LA SINFONÍA DE LOS INSURRECTOS
Once militantes divididos en células, con nombres en código como Comando 09 Anastasio Aquino o Comando 10 Ramón Emeterio Betances, desenfundaron sus armas a mitad de vuelo. En el DC-9 de Aeropostal con rumbo a Barcelona, una azafata apenas logró contener el grito al ver emerger una Uzi del supuesto estuche de saxofón. A través de las radios, exigencias multiplicadas: diez millones de dólares, liberación de presos políticos, y la difusión de un manifiesto revolucionario en toda América Latina. Pero esto no era un secuestro por dinero. Era teatro ideológico en plena Guerra Fría.
Los vuelos fueron redirigidos a la isla de Cuba. Las defensas aéreas venezolanas, tomadas por sorpresa, reaccionaron tarde. La sorpresa no era táctica: era simbólica. Era la demostración de que la lucha armada aún podía sorprender al Estado democrático.
ACTO II: EL GAMBITO DEL CARIBE
Los aviones se convirtieron en piezas voladoras de un tablero político continental. En Aruba, los secuestradores intercambiaron 21 pasajeros por combustible. En Barranquilla, 22 más fueron liberados bajo un calor infernal. La ciudad de Guatemala recibió otro de los vuelos, donde una bala accidental perforó el fuselaje, rozando el desastre. Panamá, bajo presión diplomática, permitió reabastecimiento. Cada escala era una jugada precisa: cargar combustible, liberar rehenes, ganar legitimidad. Finalmente, el 8 de diciembre, los tres vuelos convergieron en el aeropuerto José Martí de La Habana. Los guerrilleros fueron detenidos, sí, pero no extraditados. La revolución protege a los suyos.
EPÍLOGO: SANGRE, DINERO Y SOMBRAS
No hubo muertos. No se pagó rescate. Pero circularon rumores como gasolina regada. Algunos señalaron a Cuba, acusándola de canalizar fondos hacia la guerrilla salvadoreña. Las investigaciones no encontraron rastro. Lo que sí dejó el episodio fue una reacción inmediata: en 1982, el presidente **Previo al secuestro múltiple de diciembre de 1981, y como respuesta acumulada a las acciones insurgentes, el presidente Luis Herrera Campíns ordenó la Operación Cantaura, una ofensiva militar que marcó un antes y un después en la lucha armada venezolana. La acción tuvo lugar en octubre de 1982, cuando un campamento de Bandera Roja fue localizado en la región de Cantaura, donde se habían reunido cuadros insurgentes probablemente para discutir si continuarían o no en la vía armada. El ejército venezolano, con apoyo aéreo, lanzó un ataque devastador.
La operación dejó más de 20 muertos. Varias de las víctimas eran campesinos o simpatizantes no combatientes, lo cual generó denuncias de excesos militares, ejecuciones extrajudiciales y encubrimiento oficial. Fue un golpe definitivo a la estructura operativa rural de Bandera Roja. Aunque el movimiento se alineaba ideológicamente con corrientes como el marxismo-leninismo albanés y simpatizaba con figuras como Enver Hoxha, sus militantes fueron sin embargo recibidos en La Habana tras el secuestro de los aviones, una muestra más de las contradicciones propias del tablero geopolítico de la Guerra Fría. Nadie podía prever aún que a la Unión Soviética le quedaban apenas diez años.
Con el secuestro múltiple de los aviones en diciembre de 1981, culminaban los grandes golpes de la guerrilla venezolana. Aquel acto coordinado, de alto impacto internacional, marcó el último gesto espectacular de una insurgencia que ya comenzaba a agotar su combustible histórico. Aún habría unos cuantos asaltos audaces y espectaculares, pero ya no con la frecuencia ni la contundencia de los años previos.
La Operación Cantaura en 1982, por su parte, fue una respuesta militar represiva, un acto de fuerza que evidenció la disposición del Estado a sofocar por completo los reductos guerrilleros. Allí se evidenció también la creciente vulnerabilidad operativa de Bandera Roja.
Tras ese periodo, se iniciaría un proceso de integración y pacificación de buena parte de las fuerzas armadas irregulares, mientras el foco insurreccional pasaba al interior del ejército, incubando lo que una década más tarde sería el ciclo conspirativo que estallaría en 1992 con el fallido golpe del 4 de febrero. La historia armada no terminaba: mutaba, se adaptaba y cambiaba de uniforme. Sin embargo, dejó una estela de denuncias por ejecuciones extrajudiciales, uso desproporcionado de la fuerza y el silenciamiento mediático de las víctimas civiles.
Los aeropuertos venezolanos instalaron detectores de metales. Los secuestros políticos en cabina desaparecieron. El episodio de 1981 cerró una era.
ÚLTIMA LLAMADA AL PORTÓN A-19
La historia se disolvió en la niebla de la Guerra Fría. Fue una operación donde el ideologismo venció al botín, y las palmas de La Habana cerraron el telón. Pero en Caracas, la pregunta no ha muerto: ¿Quién financió de verdad la revolución? La respuesta, como los alias de los comandos, aún se oculta entre nubes

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