(Fragmentos sobre una herejía materialista)
Documento hallado en los archivos del Departamento de Teología Comparada, Universidad de Pittsburgh
Israel Centeno

Portada
El Reino Presente
Fragmentos sobre una herejía materialista
Compilados y transcritos por un copista anónimo
(Universidad de Pittsburgh, Departamento de Teología Comparada)
“Algunas herejías no mueren: solo cambian de nombre para sobrevivir.”
(Epígrafe atribuido a un códice perdido de Alejandría)
Biblioteca de Textos Apócrifos
Pittsburgh, 2025
Portadilla editorial
Biblioteca de Textos Apócrifos
Colección de Manuscritos Olvidados
Serie: Herejías y Desvíos
Edición crítica y restaurada por:
El Copista
(seudónimo)
Primera edición limitada
Publicado en Pittsburgh, 2025
Distribución restringida a círculos de estudio privados.
Contraportada
Sobre este libro:
A finales de 2024, durante la reorganización de los archivos del Departamento de Teología Comparada de la Universidad de Pittsburgh, se descubrió una carpeta polvorienta que contenía este manuscrito.
El texto parecía un eco lejano de las meditaciones teológicas de Jorge Luis Borges, pero no hay pruebas firmes de su autoría.
Se sugiere que podría tratarse de un plagio —o de una traición fiel— de un ensayo inédito que Borges habría esbozado durante sus conferencias en Harvard y luego excluido de El libro de arena por “indecibles razones metafísicas”.
El contenido:
El Reino Presente explora la figura mítica del Macedonio Interjectivo, apodado el Fernández, cuya herejía materialista —relegar el Reino de los Cielos a una inmanencia ética en esta vida— habría inspirado siglos más tarde tanto movimientos cuáqueros marginales en Norteamérica como, a través de derivas más audaces, los orígenes de la Teología de la Liberación en América Latina.
El texto, en tono de crónica teológica y reflexión crítica, no busca afirmar, sino interrogar:
¿Puede una fe sin trascendencia sobrevivir? ¿Puede la justicia humana sustituir a la promesa de la resurrección?
Advertencia:
Publicar no es afirmar.
Leer no es consentir.
En estos papeles, la herejía late no como rebelión juvenil, sino como sombra persistente de toda esperanza desvirtuada.
“Toda fe verdadera se prueba en la oscuridad; todo error duradero, en el exceso de luz.”
(Anónimo, glosa marginal, manuscrito de Antioquía)
Nota preliminar del copista
No afirmamos que lo que sigue sea de Borges. Tampoco nos corresponde negarlo. Este documento apareció en una carpeta olvidada, en un archivador oxidado, dentro de una oficina clausurada desde hacía décadas en el Departamento de Teología Comparada de la Universidad de Pittsburgh. La carpeta, sin fecha ni firma, llevaba una sola palabra trazada a lápiz: Herejías.
Entre las hojas mecanografiadas (algunas con tachaduras, otras con glosas marginales en latín y alemán), se encontró una nota manuscrita:
“Possible plagiarism of an unpublished Borges lecture from Harvard. Possibly excluded from The Book of Sand for metaphysical reasons.”
Un profesor jubilado mencionó que Borges, durante sus Norton Lectures, trabajó sobre un ensayo titulado provisionalmente El Reino Presente, basado en la historia de un heresiarca materialista. Se dice que Borges abandonó el proyecto al advertir que desarrollar esta doctrina era rozar la negación misma del cristianismo.
Presentamos estos fragmentos no como afirmación de autoría, sino como un eco de antiguas tentaciones intelectuales que aún recorren el mundo.
Sobre el Heresiarca del Reino Presente
Entre los márgenes sombríos de la patrística, se menciona a un hombre conocido como el Macedonio Interjectivo, aunque otros lo llaman el Fernández —nombre que podría ser apócrifo o satírico—, que defendió la doctrina de que el Reino de los Cielos no es promesa futura, sino consumación presente.
Este Fernández predicaba que la resurrección ya había ocurrido en Cristo, y que la fe cristiana debía entenderse como justificación de esta vida mortal, no como esperanza en otra. El alma no era inmortal; la trascendencia, innecesaria; la misión del creyente, realizar aquí y ahora el Reino mediante la justicia social y el sufrimiento aceptado.
Ireneo, Tertuliano y otros Padres lo refutaron: sin la resurrección futura, la fe cristiana se disolvía en mera ética, en filantropía desesperada.
El Fernández —que, se rumorea, fue influenciado también por corrientes estoicas y gnósticas— fundó una secta efímera en Macedonia, que, tras dispersarse, dejó rastros en ciertos movimientos disidentes de la cristiandad medieval.
No murió su semilla.
La herejía, como toda herejía potente, mutó.
Siglos después, fragmentos de sus enseñanzas fueron reactivados en América Latina, cuando algunos teólogos de Sao Paulo, buscando reinterpretar el Evangelio a través de las categorías sociales del siglo XX, recogieron —consciente o inconscientemente— las ideas del Macedonio Interjectivo.
Así, el materialismo cristiano del Fernández ayudó a alimentar los cimientos de lo que luego se llamaría Teología de la Liberación: una teología en la cual la redención se traduce en justicia social inmediata, y el Reino se confunde con la revolución política.
Cabe señalar, sin embargo, que la comunidad cristiana establecida siglos antes cerca del Lago Erie —heredera remota de la misma herejía— conservó una forma más silenciosa y casi cuáquera de esta desviación:
una fe sin dogma, sin escatología, sin revolución, dedicada a vivir la justicia en el instante, sin pretensiones de cambiar el orden del mundo ni de instaurar el Reino por medios políticos.
Más ética de la compasión que programa de transformación.
Epílogo
Puede parecer tentador pensar que el cristianismo consiste simplemente en perfeccionar esta vida, aliviar el dolor, compartir el pan.
Puede sonar noble.
Puede incluso sonar verdadero.
Pero no lo es.
La verdadera doctrina cristiana afirma algo más desconcertante: que el Reino no es de este mundo, que la resurrección no es un cambio de condiciones sociales, sino un misterio ontológico que acontece más allá de la muerte, que la esperanza cristiana mira a un cielo que no vemos, no a un orden terreno que construimos.
El escándalo cristiano no es ético, es ontológico:
la vida eterna prometida a quienes mueren en Cristo.
La resurrección después de la cruz.
La gracia que trasciende la historia.
La fe no consiste en perfeccionar la injusticia del mundo presente, sino en atravesarla.
La cruz no es herramienta de reforma social: es umbral de vida nueva.
La verdadera gloria no es conquistar este mundo: es perderlo para heredar otro.
Carta final hallada junto al manuscrito
A quien encuentre estos papeles:
No sé si publicar estos fragmentos ha sido un acto de fidelidad o una traición menor.
No sé si estos textos pertenecen a Borges, a un discípulo, o a un hereje perdido entre estanterías.
Lo cierto es que llevan la huella de una lucidez demasiado peligrosa para pasar inadvertida.
Se dice que Borges, al descubrir adónde lo llevaba este pensamiento —a negar la trascendencia en nombre de una ética mundana—, prefirió callar.
No por cobardía, sino por piedad intelectual.
Porque hay puertas que, abiertas, no permiten regreso.
Yo, que apenas soy copista, he optado por dejar constancia de este vestigio, esperando que quien lo lea sepa discernir entre la elegancia de una herejía y la verdad de una promesa.
Pido perdón si he cruzado límites.
O mejor aún: pido ser olvidado.
El Copista
Pittsburgh, en una tarde sin fecha

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