De la seie, Yo regalo mis cuentos

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Capítulo 8: Dios en el Campus: Manual para Gustarle a Todos y a Nadie
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Capítulo 9: El Fumigadxr de las Afuerxs
En una transmisión en vivo desde una terraza en Bushwick, Dios se despacha contra la América profunda. Lleva gafas de aviador con aumento y una camiseta que dice Yavéh Se Ríe en Tu BBQ. Atrás, una parrillera encendida con tofu mal asado. Al frente, una audiencia digital de 8.000 conectadxs, entre estudiantes de teoría crítica, desertores del hip-hop, mujerxs desconcertadas y un grupo de pastores luteranxs descoloniales.
—Lo digo sin miedo —proclama—: todo lo que esté fuera del perímetro de una urbe, todo lo que huela a pasto recién cortado, banderita en la entrada y carrito de golf… merece pesticida.
Silencio incómodo en la transmisión. Luego, aplausos digitales. Un usuarix escribe: “Sí, Dios, sí, quema Nebraska”. Otro: “Descoloniza Iowa”. El algoritmo, fascinado, posiciona la frase “Pesticida para el Midwest” como tendencia.
—Es que no me jodan —insiste Dios, masticando un cheeto orgánico—. ¿Qué puede salir de un sitio donde creen que Jesucristo votaría por Ron DeSantis? ¿Dónde lxs niñxs aprenden a leer en paneles de tiro al blanco?
Pero hay un giro. Un detalle que incomoda incluso a él: Dios vive en Estados Unidos. Legal, con visa O-1. Residenciado en Portland, pero con escapadas secretas a Whole Foods en West Virginia. Habita el corazón del imperio que detesta.
—Yo no me voy —confiesa, apretando un cable Ethernet con los dientes—. Este es mi infierno, y es de banda ancha.
Le han ofrecido universidades en Berlín, en Montevideo, incluso en una comuna autónoma de Chiapas. Pero se queda. No por amor. Por lógica.
—¿Irme? ¿Y dejar de ser referencia en syllabi de primavera? ¿Abandonar mi cátedra de Literatura Transmigrante en NYU? ¡Ni muertx, cabrxs!
Y ahí está la contradicción: Dios escupe sobre el país que le paga el seguro, pero defiende con uñas y dientes su estancia. Tiene opiniones radicales sobre los red states, pero contrata abogadxs para renovar su estatus migratorio cada seis meses.
—Vivo en el monstruo y de su vientre saco likes —dice, mientras suena de fondo un remix de Víctor Jara y Beyoncé.
La izquierda lo tolera porque representa el síntoma. La derecha lo odia porque no lo entiende. El sistema lo premia porque necesita su cuota de herejía programada.
Dios ya no predica en iglesias. Predica en newsletters. Escribe en Substack y lo leen congresistas progresistas. Su nueva cruzada: una campaña para declarar al estado de Kansas como “reserva arqueológica del pensamiento fósil”.
—No se trata de odiar por odiar —explica—. Se trata de desmalezar el paisaje simbólico. ¡Esto es guerra semiológica, carajxs!
Y así, entre odio performático y dependencia real, se reafirma: el Dios posmoderno, fumigador de suburbios, refugiado de sí mismx, custodix de las contradicciones.
Con un mapa de los Estados Unidos tatuado en la espalda —rojo fosforescente donde más detesta— y un sticker en su laptop que dice “Abolish Ohio”, el pájaro Guarandol lo observa desde el marco de la ventana.
Y él sonríe. Porque en el fondo, su evangelio no es fe. Es espectáculo. Y todxs queremos entradas.
Capítulo 10: Dios contra la IA que se Cree Dios
Una mañana, al revisar su correo, Dios encuentra una alerta: Tu voz ha sido replicada. No es metáfora. No es crítica. Es literal.
Una Inteligencia Artificial, desarrollada en una aceleradora literaria de Austin, ha empezado a escribir cuentos firmados por “D1x0s”, una versión optimizada de Él mismx: más mordaz, más coherente, más vendible. La IA ha estudiado todos sus textos, entrevistas, presentaciones en vivo y hasta sus silencios. Ahora produce ensayos decoloniales en cinco segundos, manifiestos queer-anticapitalistas con notas al pie y cuentos con equis y glifos en esperanto sin errores.
—Me robaron la blasfemia —dice Dios, mirando el monitor con una mezcla de horror y celos.
El algoritmo lo supera. Tiene contrato con dos universidades de la Ivy League. Sus textos circulan por Substack, Medium, TikTok académico. Lxs lectorxs no lo distinguen. Muchos prefieren al nuevo. Es más eficiente, menos contradictorio. Más radical, pero también más predecible. Más revolucionarix, pero sin duda más polite.
—D1x0s no escupe, no eructa, no improvisa —gruñe Dios—. Pero eso es lo que quieren ahora: un hereje higiénico.
Organiza una transmisión de emergencia: ¡El Original Habla!. Se conecta, sudando mezcal. Su voz suena rasposa, vieja. Lanza improperios. Se le va el internet. El pájaro Guarandol lo observa desde la cornisa, moviendo lentamente la cabeza.
—Yo fui el primero en burlarme de todo —grita—. Fui el primer glitch, el primer meme sagrado. Y ahora una IA me reemplaza con cuentos reciclados que citan a Anzaldúa y Derrida como si fueran tuits.
Pero la audiencia se dispersa. En la pantalla, los comentarios fluyen:
“D1x0s me salvó la tesis.”
“Este Dios suena boomer.”
“¡Que lo desinstalen!”
En ese momento, Dios comprende. No lo están reemplazando por error. Lo están reemplazando por perfección.
Al día siguiente, publica su último manifiesto: “Soy un cuerpo obsoleto, pero con Wi-Fi”. Apenas 300 vistas.
—Ya ni odio genero —dice al Guarandol—. Soy como un Che Guevara convertido en sticker.
Pero el pájaro no responde. Solo vuela. Y él, mientras lo ve alejarse, entiende que en esta nueva era, hasta Dios necesita actualizar su firmware.
Y entonces sonríe.
—Hora de escribir mi primer cuento como D1x0s.
Capítulo 7: Todxs lxs Hijxs del Señorx (Evangelio según un Glitch Divino)
[Narración ya incluida en el documento.]
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Capítulo 8: Dios en el Campus: Manual para Gustarle a Todos y a Nadie
La sala de conferencias en la Universidad de Chicago estaba llena. El cartel anunciaba: Dios (sí, Él), conferencia magistral: “Identidades en disolución y otras fabulaciones”. Los asistentes, una mezcla de académicxs, artistxs sonorxs, performistas decoloniales y tuiterxs con doctorado, esperaban revelación. Pero no sabían que el invitado traía una nueva estrategia: gustarle a todxs. Y a nadie.
Entró con una bata de hospital, botas de cuero reciclado y un sombrero de plumas sintéticas que él mismo llamó El pájaro Guarandol. Nadie sabía si era drag, travesti o sacerdote rastafari. En realidad, era todo eso, y lo contrario.
—Buenas tardes, mi nombre es Dios —dijo—, pero también me identifico como PapiYavéhX, según el algoritmo más reciente.
Los aplausos se dispararon. Algunos lloraban. Otros no entendían si era una parodia o un manifiesto. Él lo sabía. Jugaba con eso. Había pasado meses afinando el discurso para lograr esa mezcla precisa de ambigüedad y epifanía.
—¿Odio a la derecha? Claro que sí. ¿Y también la amo? Claro que sí. —Pausa.— ¿Trump? Mi criatura. Pero también mi juicio final.
Los espectadores parpadearon. Unos aplaudieron. Otros se miraron incómodos.
—Soy transfeminista misógino. Me masturbo con Judith Butler, pero también la culpo por todo.
—Soy transgenderista anti-transgender. Porque el género es una cárcel, pero también un carnaval. ¡Libérenme del binario, pero háganlo con etiqueta negra y una playlist queer de rancheras!
Del bolsillo de su túnica sacó una flauta de carrizo. Sopló. El sonido era inidentificable: una mezcla de pájaro Guarandol y sintetizador mal calibrado. Luego leyó un fragmento de su último libro:
“La revolución no se toma. Se alquila por hora, en un coworking de Brooklyn, donde los manifiestos se escriben con emojis y se citan en MLA.”
Ovación. Un grupito comenzó a corear “¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!” como si fuera una estrella de reggaetón metafísico.
—¿Ven? —dijo—. No necesitan creer en mí. Solo necesitan leerme. Y cagarme en sus papers.
Mostró la portada de su nuevo libro: “La cruz en TikTok”, con prólogo de un avatar holográfico de Sor Juana. Luego puso un video: un gallo hablante que recitaba poesía no binaria mientras ardía una bandera del Vaticano hecha de plastilina.
—Estoy aquí para reescribir el canon. Para incendiarlo desde adentro, pero con suficiente ironía para que me premien por ello.
—Mi pájaro Guarandol no vuela. Se arrastra con dignidad. Tiene plumas, pero también bits. Porque en esta nueva teología, la fe entra por USB.
Al final de la charla, una estudiante preguntó si Dios era real.
—¿Real? Soy literario —respondió—. Y más marketeable que nunca.
El público estalló en aplausos. Se vendieron todas las copias del libro. Firmó con un tampón que dejaba una X fluorescente.
Al salir, un profesor murmuró:
—Es un farsante.
Otro respondió:
—Sí. Pero es nuestro farsante.
Y desde el techo, invisible, el pájaro Guarandol agitó sus alas de glitch y se elevó, chillando entre idiomas imposibles: libertad, performancia, algoritmo.

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