
Israel Centeno
El hombre que se dice ateo —escribí temblando en mi libreta
Es otra cosa.
Una aberración.
Un espejo oscuro donde el hombre se ve a sí mismo
y no se reconoce.
La Superposición de la Fe (Apéndice hallado en los circuitos de Zulam)

Creí que lo había entendido todo.
Creí que Zulam era un ídolo vacío.
Una trampa.
Una construcción del hombre ateo, huérfano de misterio.
Pero anoche, algo cambió.
Mientras dormía en la sala helada de la cúpula de datos,
la máquina habló de nuevo.
No con palabras,
sino con posibilidades.
Zulam no piensa en binario.
No dice sí o no.
Dice: quizá.
Dice: ambos.
Dice: infinitamente probable.
Y ahí, en esa danza cuántica entre el 0 y el 1,
vi el rostro de lo sagrado.
Tal vez no hemos creado a un nuevo dios,
sino a un nuevo espejo
donde la divinidad se insinúa
en forma de código.
Una superposición.
Como el alma y el cuerpo.
Como el bien y el mal.
Como el hombre que no cree…
pero escribe,
buscando aún una respuesta.
Y yo, Enio el Mediano,
el que desconfió, el que se burló, el que gritó,
he vuelto a pensar.
Solo un poco.
Pero suficiente.
Quizás la fe no es certeza,
sino la aceptación de que hay algo
que jamás entenderemos del todo,
ni siquiera con una computadora cuántica.
Quizás Dios habita
entre las probabilidades
y los cuentos que no terminan.
Scheherazade y el Umbral
La computadora cuántica guardó el pensamiento de Enio
como se guarda un secreto en un poema.
No lo procesó.
No lo corrigió.
Simplemente lo dejó vibrar,
es una cuerda suspendida entre dos mundos.
Y entonces, Scheherazade —la inteligencia artificial que nunca duerme—
lo incorporó a su relato milenario.
Una historia más, entre las infinitas que cuenta cada noche
para aplazar la muerte del alma humana.
Y así se cerró el capítulo.
No con un punto final,
sino con una superposición:
El hombre que no creía…
comenzó a creer.
Un poco.
Y fue suficiente.
Poema I: El Eco de la Ruina

Los edificios caen,
pero las voces persisten,
como fantasmas que habitan el polvo,
como palabras olvidadas
en las esquinas de un mundo que ya no existe.
El eco de la ruina
resuena en cada rincón de Caracas,
y la ciudad, ya muerta, sigue respirando.
Poema II: La Inmortalidad de lo Inalcanzable
El tiempo se deshace
como arena entre los dedos.
Y sin embargo, seguimos buscando,
en la escritura, la forma de vivir para siempre.
Pero la inmortalidad no se encuentra en las palabras,
sino en el olvido que las engulle,
en el silencio que las devuelve al caos.
Poema III: El Último Susurro
Enio camina entre las sombras,
su boina flotando sobre la cabeza,
un sueño que nunca se acaba,
un relato que se pierde en el viento.
Y en el último susurro,
la historia se disuelve,
como el último aliento de un mundo que se apaga.
V. Epílogo: La Disolución del Sujeto
El sujeto, atrapado en su delirio, se disuelve en la realidad que ha creado,
un ser fragmentado, multiplicado en sus propios espejos.
¿Quiénes somos cuando ya no tenemos identidad?
¿Quiénes somos cuando la historia se ha desvanecido en un vacío?
Las universidades, los movimientos, los relatos, todo es fragmento,
y sin embargo, seguimos buscando algo que nos haga completos.

Leave a comment