Despues de leer el Ciclope Totalitario de Nelson Rivera
Israel Centeno
Desde que el dios ha muerto, el inventario del horror se ha multiplicado. Ya no hay altar, pero hay cifras. Ya no hay sacrificio ritual, pero hay exterminio masivo en nombre del orden, del pueblo, de la paz. Auschwitz no fue una anomalía, fue un lenguaje. Hiroshima no fue un error, fue un argumento. El siglo XX no solo enterró a millones: sepultó también la inocencia del ideal. La Ilustración prometió luz y nos dio quirófanos, fábricas de muerte, sistemas de control. Civilizar, decían, y cada paso hacia la civilización requería amputar, excluir, quemar la alteridad. El humanismo, divorciado del alma, se volvió inhumano. Habla de dignidad mientras administra carne. Promete derechos mientras crea listas de espera para la existencia.
El Zaratustra de Nietzsche no descendió para salvar, sino para anunciar la gran orfandad. Dijo que Dios había muerto y con Él, el límite. No hay redención, solo voluntad de poder. Lo que vino después no fue libertad, fue cálculo. No fue compasión, fue eficiencia. El superhombre devino algoritmo. Ya no necesita dominar: le basta predecir. Porque quien predice, sentencia. ¿Qué podemos esperar del transhumanismo, si el humanismo ya fue campo de concentración? Los demonios de Dostoievski han vuelto, pero no portan látigos ni himnos: ahora codifican, ahora operan con sistemas de aprendizaje autónomo. No imponen una ideología, gestionan datos. No vigilan con ojos, sino con correlaciones. Nos tiranizarán en pasado, presente y futuro, simultáneamente.
Y mientras tanto, Cristo permanece: elusivo, escandaloso, inasimilable. No el Cristo domesticado de las homilías tibias, sino el que besa leprosos, el que lava los pies, el que muere entre ladrones. Su palabra —“Amarás al prójimo como a ti mismo”— sigue siendo insoportable. El cinismo la ridiculiza, el creyente de domingo la declama sin obedecerla. Porque amar al otro es aún el acto más subversivo. Porque ver un rostro donde el sistema ve una estadística es el verdadero milagro. Y escribir, en estos tiempos, escribir sin ceder, escribir con conciencia, no es solo crear: es custodiar la dignidad.
El horror ha aprendido a hablar en plural, a vestirse de bien común, a presentarse como optimización. Pero aún hay quienes no aceptan ese contrato. Aún hay quien recuerda que las palabras matan, pero también salvan. Aún hay quien entiende que resistir no es gritar más fuerte, sino guardar una llama. Aunque sea pequeña. Aunque el viento arrecie. Aunque todo indique que ya es tarde.
Porque aún no es tarde.
O si?

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