Israel Centeno

El tren de los invisibles de Gabriela Caballero es una obra que logra un profundo acercamiento a las vidas de quienes, en la cotidianeidad, quedan relegados a los márgenes, pero cuyas historias están impregnadas de dolor, invisibilidad y búsqueda de significado. A través de su narrativa y en comunión con las provocadoras ilustraciones de Fedosy Santaella, la novela revela una faceta íntima y casi desgarradora de la sociedad contemporánea, donde lo invisible, tanto física como emocionalmente, marca una presencia ineludible.
El lenguaje crudo de la marginalidad
Al analizar las imágenes de las páginas del libro, lo que primero resalta es el tono confesional y directo del narrador. Desde las primeras líneas, encontramos un relato que no se aparta de la dureza de las experiencias de vida: el manejo de las pastillas, las visiones, y el estado de vigilia perpetua al que se somete el personaje. Este lenguaje directo y, en ocasiones, incómodo, refleja no solo la dureza de la realidad, sino también la falta de esperanza que impregna las vidas de estos personajes invisibles.
Caballero utiliza un estilo coloquial, cercano, en el que las reflexiones personales del protagonista construyen una atmósfera de tensión y desesperanza. Frases como “Medité sobre qué pasaría si un dios de la muerte no solo me perdonara la vida, sino que además me transfiriese sus poderes” ofrecen una profunda mirada a la mente del personaje que enfrenta crisis existenciales y depresiones, enfrentándose a la muerte como una opción tangible y a las pastillas como herramientas para soportar lo insoportable.
Las voces de los invisibles
Los personajes en El tren de los invisibles son quienes han sido invisibilizados por las circunstancias: la precariedad económica, la fragilidad mental y el abandono social. En los fragmentos del libro, se vislumbra un personaje que lucha contra su aislamiento, contra una madre cuya existencia parece ser mecánica, y contra las expectativas sociales que lo encierran en una realidad a la que no pertenece. La voz del protagonista, casi en un monólogo interior, es introspectiva y caótica, mezclando imágenes violentas con recuerdos de la infancia y descripciones crudas de la vida cotidiana.
Caballero no crea héroes ni antihéroes clásicos; sus personajes están despojados de las capas de idealización. En cambio, los muestra tal como son: vulnerables, frágiles, a veces patéticos, pero siempre humanos. Esta crudeza en la caracterización se refleja claramente en los diálogos que aparecen en las imágenes del libro, como el intercambio sobre el bullying y la adicción: “—Víctima de bullying y con una madre adicta. ¿Crees que esa fue la causa? —No sabría decirte. Sí lo bulleaban desde siempre.”
Este diálogo introduce una reflexión sobre el círculo vicioso de la marginación y cómo la falta de oportunidades y el entorno pueden condenar a las personas desde la niñez. La vulnerabilidad es un tema recurrente en la obra, y Caballero utiliza estos intercambios para humanizar a los personajes, mostrando sus luchas internas sin adornos ni dramatizaciones innecesarias.
El impacto de las ilustraciones de Fedosy Santaella
El trabajo de Fedosy Santaella como ilustrador complementa y amplifica los temas de invisibilidad y marginalidad que subyacen en la obra. La portada, que representa un rostro femenino cubierto de números y líneas que parecen símbolos crípticos, refuerza la idea de que los personajes están atrapados en sus propias mentes, codificados por el dolor y la alienación. Las ilustraciones, con su estilo surrealista y perturbador, logran captar esa sensación de aislamiento, de seres que existen en un limbo entre lo tangible y lo abstracto.
Santaella consigue, a través de sus imágenes, dar vida visual a las emociones que los personajes de Caballero no siempre logran verbalizar. Las píldoras que flotan en la portada refuerzan los temas de adicción y dependencia, mientras que las líneas y figuras geométricas que atraviesan el rostro pueden sugerir el control que ejercen las instituciones sobre los individuos, así como el desorden interno que lucha por salir a la superficie.
La obra gráfica, lejos de ser una simple adición decorativa, es fundamental para entender la atmósfera opresiva y la distorsión de la realidad que viven los personajes. Cada línea y cada trazo parecen cargados de la misma angustia que Caballero infunde en su prosa, creando un diálogo constante entre texto e imagen que enriquece la experiencia del lector.
La metáfora del tren
El tren, como metáfora, cobra especial relevancia a medida que se profundiza en el texto. Lejos de ser solo un medio de transporte, el tren en esta obra es el símbolo del tránsito perpetuo, de la incapacidad de los personajes de encontrar un lugar en el mundo. Los invisibles de Caballero son pasajeros que nunca llegan a su destino, atrapados en un viaje sin fin, siempre observando desde las ventanillas su propia exclusión. Esto se refleja en la fragmentación de la narrativa, en la que las historias parecen retazos de experiencias, unidas solo por la sensación de estar perpetuamente en movimiento pero sin avanzar.
La obra invita al lector a reflexionar sobre la situación de quienes son marginados por la sociedad. En el tren, los personajes están físicamente presentes, pero socialmente ausentes. Esta idea de tránsito sin destino refleja una de las cuestiones centrales de la novela: la dificultad de encontrar un lugar propio en un mundo que parece ignorarlos constantemente.
La fuerza de lo no dicho
Caballero confía en la inteligencia del lector, dejando que muchas de las emociones y conflictos de los personajes se insinúen más que se expliciten. Esto es visible en las imágenes del texto donde el protagonista menciona las visiones que lo atormentan y las secuelas físicas que le dejan las pastillas, pero nunca revela abiertamente el origen de su dolor ni las razones exactas detrás de su desesperación. Esta técnica narrativa permite que el lector complete los vacíos, generando un mayor impacto emocional y haciendo que la obra resuene a nivel personal.
El tren de los invisibles de Gabriela Caballero, enriquecido con las perturbadoras y simbólicas ilustraciones de Fedosy Santaella, es una obra que retrata con crudeza y poesía la condición humana en los márgenes. La autora nos muestra un mundo de personajes rotos, atrapados en sus propias mentes y cuerpos, mientras que Santaella amplifica estos temas a través de su arte. Juntos, logran crear una obra en la que lo invisible cobra vida, donde las luchas internas de los personajes se proyectan en un paisaje emocional devastador. Es una lectura que requiere paciencia y sensibilidad, pero que ofrece una reflexión profunda sobre lo que significa ser verdaderamente invisible en un mundo que sigue su marcha, indiferente al sufrimiento de quienes viajan en su tren.
La colaboración entre Caballero y Santaella demuestra que el arte y la literatura, cuando trabajan en conjunto, pueden crear una experiencia estética y emocional poderosa.

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